El Árbol del Amor










He oído contar la historia de un antiguo y majestuoso árbol... Cuyas ramas se extendían hacia el cielo. Cuando llegaba la estación de las flores, mariposas de todas las formas, tamaños y colores, bailaban a su alrededor....

Aves de países lejanos venían y cantaban cuando sus flores maduraban en frutos. Las ramas, como manos extendidas, bendecían a todos los que acudían a sentarse bajo su sombra.

Un niñito solía venir a jugar junto a él y el gran árbol se encariñó con el pequeño... El amor entre lo grande y lo pequeño es posible, si el grande no es consciente de su grandeza.

El árbol no sabía que era grande, sólo el hombre tiene ese tipo de ideas. La prioridad de lo grande siempre es el ego, pero para el amor no hay grande o pequeño; el amor abraza a quienquiera que se acerque...

Así, el árbol comenzó a amar a este pequeño que solía venir a jugar cerca de él. Las ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño, de modo que pudiera coger sus flores y frutos...

El amor siempre es reverente; el ego nunca está dispuesto a inclinarse. Si te acercas al ego, sus ramas se estirarán aún más arriba, se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo...

El niño juguetón se acercaba a él, y el árbol inclinaba sus ramas. El árbol se alegraba mucho cuando el niño cogía algunas flores; todo su ser se llenaba con la alegría del amor...

El amor siempre está feliz cuando puede dar algo; el ego siempre está contento cuando puede obtener algo.

El niño creció. A veces dormía en el regazo del árbol, comía sus frutas y en ocasiones lucía una corona con las flores del árbol y actuaba como un rey de la jungla. Uno se vuelve como un rey dondequiera que haya flores de amor y uno se vuelve pobre y lleno de sufrimiento siempre que las espinas del ego estén presentes.

Ver al niño danzando con una corona de flores, llenaba al árbol de emoción, de alegría. Asentía con amor, cantaba con la brisa...

El niño creció aún más. Comenzó a trepar al árbol para balancearse en sus ramas. El árbol se sentía muy contento cuando el niño descansaba sobre sus ramas...

El amor se siente feliz dándole comodidad a alguien; el ego se siente feliz incomodando a todo el mundo.

Con el paso del tiempo, el niño recibió el peso de nuevas tareas. También surgió la ambición; tuvo que pasar exámenes; tenía amigos con los cuales solía conversar y curiosear, por tanto, no venía con frecuencia. Pero el árbol le esperaba ansiosamente. Desde su alma le llamaba: "¡Ven, ven!, te estoy esperando". El amor espera día y noche. Y el árbol esperaba. Se sentía triste cuando el niño no venía. El amor se siente triste cuando no puede compartir; el amor se siente triste cuando no puede dar. El amor se siente agradecido cuando puede compartir. El amor está contentísimo cuando puede entregarse totalmente.

A medida que crecía el niño visitaba cada vez menos al árbol. El hombre que se vuelve grande, cuyas ambiciones crecen, encuentra menos y menos tiempo para el amor. El muchacho se hallaba ahora absorto en los asuntos mundanos.

Un día, cuando él pasaba, el árbol le dijo: `"te espero siempre pero no vienes. Te espero todos los días".

El muchacho respondió: "¿Qué tienes? ¿Por qué debo venir? ¿Tienes algún dinero? Ando en busca de dinero".

El ego siempre se halla motivado. El ego acudirá sólo si con ello se cumple algún propósito. Pero el amor es inmotivado. El amor es su propia recompensa.

El árbol sorprendido dijo: "¿Vendrás únicamente si te doy algo?" Aquello que posee no es amor. El ego acumula, pero el amor da en forma incondicional.

No sufrimos esa enfermedad, y por eso estamos alegres", dijo el árbol. "Los capullos florecen en nosotros, muchos frutos crecen en nosotros. Damos una sombra tranquilizadora, sedante. Danzamos con la brisa y cantamos canciones. Las aves inocentes saltan y trinan en nuestras ramas, aunque estemos sin dinero. El día en que nos involucremos con el dinero, tendremos que ir a los templos como tus hombres débiles hacen para aprender a obtener la paz, y para aprender a encontrar el amor. No, no tenemos ninguna necesidad de dinero".

El muchacho dijo: "Entonces, ¿para qué tengo que visitarte?, iré donde haya dinero. Necesito dinero".

El ego pide dinero porque necesita poder.

El árbol pensó unos instantes y dijo: "No vayas a ningún otro lado. Recoge mis frutos y véndelos. Obtendrás dinero con ello".

El niño se entusiasmó, inmediatamente trepó y cogió todas las frutas. El árbol se sintió contento, aun cuando algunas ramas y varillas se rompieron, aun cuando cayeron algunas hojas al suelo.

Hasta recibir heridas hace feliz al amor, pero aún obteniendo algo, el ego no está contento, el ego siempre desea más. El árbol no se dio cuenta de que el muchacho ni siquiera se volvió una vez a darle las gracias. La aceptación de su oferta de recoger y vender los frutos era suficiente agradecimiento para él...

Por mucho tiempo el muchacho no regresó. Ahora tenía dinero y estaba ocupado haciendo más dinero de ese dinero.

Había olvidado totalmente al árbol. Pasaron los años... El árbol estaba triste. Anhelaba el regreso del muchacho -cómo una madre cuyos pechos se hallan llenos de leche- pero su hijo se ha perdido. Todo su ser está anhelando al niño, busca enloquecidamente al niño para que lo alivie. Tal era el grito interno de ese árbol. Todo su ser estaba en agonía.

Después de muchos años, el muchacho -que ahora era un hombre vino a ver al árbol.

El árbol dijo: "Ven, mi niñito. Ven, abrázame".

El muchacho respondió: "Deja el sentimentalismo. Eso era cosa de la niñez. Ya no soy un niño".

El ego toma el amor por locura. una fantasía infantil. Pero el árbol lo invitó: "Ven, balancéate sobre mis ramas. Danza. Juega conmigo".

El hombre respondió: "Deja la charla inútil. Deseo construir una casa. ¿Puedes darme una casa?"

El árbol exclamó: "¿Una casa?..: Yo vivo sin una casa. Sólo los hombres viven en casas. Nadie más vive en casas, excepto el hombre. Y ¿te das cuenta del estado en que se encuentran debido a su confinamiento entre cuatro paredes?"

Cuanto más grandes son los edificios que construye, más pequeño se vuelve el hombre. "No vivimos en casas... pero puedes cortar y llevarte mis ramas, y con ellas podrás construir una casa".

Sin perder tiempo, el hombre trajo un hacha y cortó todas las ramas del árbol. El árbol era ahora un mero tronco desnudo. Pero al árbol no le importan estas cosas. Aún si sus miembros son cortados para los seres amados. El amor es dar; siempre está dispuesto a dar.

El hombre no se molestó en agradecer al árbol. Construyó su casa...

Y los días se convirtieron en años.

El tronco esperó y esperó. Deseaba gritar, pero ni siquiera tenía ramas u hojas que le dieran fuerza. El viento soplaba, pero no podía entregar al viento ningún mensaje. Pero aun así, en su alma sólo había una oración: "Ven, ven, querido. Ven". Pero nada ocurría.

El tiempo pasó, y el hombre era ahora un anciano. Una vez pasó por allí y se detuvo junto al árbol.

El árbol preguntó: "¿Qué más puedo hacer por ti? Has venido después de mucho, mucho tiempo".

El hombre dijo: "¿Qué más puedes hacer?

"Quiero viajar a países distantes para ganar dinero. Necesito un bote para viajar".
Con alegría el árbol dijo: "Pero, eso no es un problema, querido mío. Corta mi tronco y haz un bote con él. Estaré muy contento de ayudarte a que viajes a países lejanos a ganar dinero... Pero, por favor recuerda que siempre estaré esperando tu regreso."

El hombre trajo una sierra, cortó el árbol, fabricó un bote, y se fue. Ahora el árbol era una pequeña cepa... Y, sigue esperando, a que su amado regrese. Espera, espera y espera.

El hombre nunca regresará; el ego sólo va allí donde puede obtener algo, y ahora el árbol no tiene nada, no tiene nada absolutamente que ofrecer.

El ego no acude allí donde no puede lograr algún beneficio.

El ego es un eterno mendigo, siempre pidiendo, demandando algo. El amor es bondad. El amor es un rey. Un emperador. ¿Existe acaso un rey más grandioso que el amor?...

Una noche yo me encontraba descansando cerca de esa cepa. La cepa susurró: "Ese amigo mío aún no regresa". Estoy muy preocupado; no sea que se haya ahogado, se haya perdido. Pudo haberse perdido en uno de esos países lejanos. Puede que ya no exista. ¡Cuánto deseo noticias suyas! A medida que me acerco al fin de mi vida, me sentiría satisfecho al menos con las noticias de su bienestar. Entonces podría morir contento. Pero él no vendría ni aunque lo llamase, porque ya no me queda nada que dar, y él sólo entiende el lenguaje de obtener y recibir.

El ego sólo comprende el lenguaje de obtener. El amor es el lenguaje de dar...

No puedo decir más que eso, ¡Ah!, Además, no hay nada más que decir que esto.

Si la vida pudiese ser como ese árbol, extendiendo ampliamente sus ramas, de modo que todos y cada uno pudiesen guarecerse bajo su sombra, entonces podríamos comprender lo que es el amor. No existen escrituras, mapas o diccionarios para el amor. Tampoco existe a su respecto un conjunto determinado de principios.

Yo estaba preguntándome acerca de lo que podría decir respecto al amor. Es difícil describirlo. El amor está simplemente presente. Probablemente puedes verlo en mis ojos, si vienes y los miras. Me pregunto si se le puede sentir como cuando mis brazos se extienden para abrazarte.

El amor. ¿Qué es el amor?...

Si no se le siente en mis ojos, en mis brazos, en mi silencio, nunca podrá ser entendido con mis palabras.

De un maestro Zen a sus discípulos.



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EL ÁRBOL DE LA VIDA






El Árbol de la Vida es el símbolo fundamental que usa la Cabalá. La referencia es, evidentemente, al árbol de la vida del huerto del Edén (Gen 2:9), del cual podía el hombre arquetípico, antes de la Caída, comer libremente y "vivir para siempre" (Gen 3:22).


El árbol de la Vida -a diferencia del árbol prohibido del Conocimiento del bien y del mal- expresa la conexión del hombre con la Luz Infinita, que es el plano de la esencia, frente a la multiplicidad de sus manifestaciones.


El Árbol hunde sus raíces en el fértil suelo de lo Inmanifestado (otro nombre para designar esa Realidad Absoluta, más allá de toda concepción posible, que llamamos el Infinito, la verdadera morada de Dios). Su tronco y sus ramas crecen a través de todos los cielos, de todos los mundos, floreciendo en multitud de seres, y hasta los rincones más apartados son alcanzados por su savia nutritiva. Esta savia, el agua viva, se convierte en portadora y sustentadora de la vida y, por tanto, en símbolo de la vida misma.



La Manifestación es la totalidad de la existencia. Es un término más amplio que el de Creación, a la cual incluye, y tiene una componente de "toma de conciencia". Y mediante el simbolismo del Árbol, la Cabalá postula que todo el gigantesco entramado de la Manifestación está estructurado como un conjunto orgánico que participa de una vida única. Como dice el Séfer Yetsirá: "Tres cosas hay vivas: el Dios Vivo, las Aguas Vivas y el Árbol de la Vida".


El Dios Vivo es la Realidad Última, superlativa, la Vida con mayúsculas. Pero no considerada esta Realidad como un principio puramente abstracto y ajeno, sino como una Realidad que se comunica constantemente y confiere a sus criaturas el supremo bien que es su propia realidad viviente. Este Dios crea y conforma la realidad como un Jardín de Deleite (Edén) que riega con su agua.


El Agua Viva es el símbolo de la influencia divina que se comunica constantemente a los mundos y sin la cual éstos dejarían instantáneamente de ser. El agua es un símbolo de la Luz que desciende. Porque toda la realidad es concebida como una vasija, vacía, es decir, nula, salvo por esta agua que la llena a rebosar.


Y en este Jardín de Deleite fue puesto el hombre para que lo guardara y lo cultivara (participando y completando así la obra creativa). En su estado originario el hombre podía comer del Árbol de la Vida, la conexión infinita en medio de lo finito, y de ese modo unir lo múltiple a lo Uno. En el plano de la Unidad no hay muerte, sólo hay puro ser. Y la conciencia iluminada de Adam le permitía, como dice la Tradición, ver de un extremo al otro del cosmos, es decir, abarcar la totalidad en un acto de conocimiento único.


Pero cuando el hombre, por un acto de libre albedrío, decidió ligarse al Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, se excluyó a sí mismo de la conexión consciente con la Fuente de la Vida, y se sumergió en el mundo dual de la vida (esta vez con minúscula) y de la muerte.


Desde entonces, pues Adam es el ser humano arquetípico del que todos participamos, vivimos vidas fragmentadas, discontinuas, inmersas en la confusión de nuestras propias mentes, en las que el bien y el mal se hallan inextricablemente ligados, teniendo que aprender por dura experiencia a discernir lo verdadero de lo falso, lo recto de lo torcido, el bien del mal.


Porque el Árbol del Conocimiento, al cual nos hemos adherido, es separador, y al hacerse uno con él (ya que comer implica unificación de sustancia, que no es otra cosa que vibración en la misma frecuencia), el hombre perdió su conexión con la totalidad. Siguió siendo hoja del gran Árbol, pero sin percatarse, sin tener consciencia de su unidad con el Todo, sin ver la rama que le unía a la fuente y le daba la conciencia de la relación esencial de todas las cosas entre sí y de su dependencia con su Creador.


Con el hombre, la imagen viva del Creador, cayó también toda la realidad. Porque cuando el hombre se duerme, su circunstancia pasa a ser el mundo del sueño. Es como un Rey que hubiera preparado un magnífico palacio para que lo habitara con él su bienamado hijo y heredero. Éste puede elegir entre un conjunto de vestiduras maravillosas, comer espléndidos manjares y ser atendido por resplandecientes sirvientes. Pero abrumado por tantos dones, un sentimiento de vergüenza se apodera de él: de ningún modo puede corresponder a tal superabundancia de amor; sólo puede recibir, pero no dar nada a cambio. Se encuentra entonces radicalmente separado de su Padre, que es puro Amor, puro deseo de Dar. De esta forma el bien supremo de la naturaleza divina se le niega. Pues en el plano espiritual, la unidad es identidad de fase vibratoria, y la diferencia es separación. No pueden coexistir en el mismo estado fases diferentes u opuestas, como son la fase de dar del Creador – pues “dar” es su esencia desde el punto de vista de la creación– y la fase de recibir de la criatura. Esta tiene que tener algún desarrollo del deseo de dar (y no sólo de recibir) para tener un punto de adhesión a lo divino.


Así, "padre mío - le dice el hijo - sólo hay una solución. Renuncio a todo lo que me das para ganarlo con mi propio mérito, para ganarme mi propio pan con el sudor de mi frente. Sé que con esto te parto el corazón, pero es la única forma de que te pueda dar algo y ser también como tú. Y esto que te puedo dar no puede ser otra cosa que la alegría del retorno a ti, cuando esté preparado para aceptar libre, voluntaria y conscientemente todos tus dones, sabiendo lo que son por haber carecido de ellos. Sé además que con esto también realizo tu voluntad más íntima, pues tú también quieres que yo sea lo más parecido a ti y que sea lo más feliz, siendo uno contigo".


A pesar de su dolor, el Rey accede a sus deseos y transforma todo el esplendor que había preparado en una apariencia de lúgubre chabola en los sótanos de su palacio. Constantemente está esperando a su hijo, vigilante, aunque oculto, y le envía todo tipo de mensajes y ayudas encubiertas para facilitarle el camino de retorno a su lado. Le dice: "Esta es la escalera de la creación. Sube por ella de vuelta a los salones y jardines de tu palacio, pues para ti lo hice construir".


La escalera, de descenso y de ascenso, no es otra cosa que el Árbol de la Vida. Nuestra tarea es volver nosotros, y hacer retornar a todas las cosas, a ese estado primordial bañado en la Luz del Infinito que todo lo colma hasta el máximo de su deseo, pues alcanzar el estado realizado de total plenitud y dicha es lo que constituye el objetivo último de toda la Creación.


Un árbol se halla, de alguna manera, totalmente prefigurado en su semilla. En ella, en su código genético, se tiene toda la información de lo que será el futuro ser. Cuando, a su vez, el árbol fructifica y da su propia semilla, ésta vuelve a reproducir la pauta original.


También en el diseño divino la Manifestación proviene de un punto primordial en el que "la decisión del Santo grabó innumerables esquemas", en palabras del Zohar, el Libro del Esplendor, obra magna de la Cabalá española del siglo XIII. Este punto, la semilla del cosmos, es la formulación, del propio Pensamiento del Creador.


Uno de los nombres de Dios es Sabiduría, pues Él contiene todo lo que ha sido, es y será, en su estado más exaltado.
Lo que se conoce técnicamente como Árbol de la Vida cabalístico es un intento de codificar la información esencial que porta la Semilla Cósmica, el fruto de la propia Vida Divina, en una fórmula o expresión resumida, sintética, la cual, por tanto, contiene el modelo de todos los desarrollos pasados, presentes y futuros. Y cada ente, en cualquier fase o mundo reproducirá más o menos perfectamente la pauta original, lo que definirá su estatus en la escala del ser.


El esquema del Árbol de la Vida más en uso hoy en día se muestra en la Figura que presentamos. Se trata de un símbolo compuesto con elementos de dos tipos:

1. Esferas, que son sus componentes estructurales;

2. Canales o Senderos, que conectan las Esferas entre sí.


El Árbol de la Vida es un mapa de la Consciencia. Representa cómo desde el ser vacío e inmanifestado de la Esencia Divina, una e infinita, transcurre por una serie de pasos todo el Cosmos manifestado, que a nuestra percepción se manifiesta como múltiple, finito, lleno de cosas y de seres.


Y este proceso no es algo ajeno al ser de Dios, algo "exterior" a Él, sino que involucra a las diversas facetas de su propia vida interna: los arquetipos de manifestación de lo Divino, que son las Esferas en su aspecto más exaltado y que se convierten en núcleos o modelos de todos los desarrollos posteriores. Es decir, conformándose a Sí mismo, Dios crea y da forma a todo lo que existe: el Cosmos y el Hombre. Por eso decimos que el Árbol de la Vida es un símbolo omniabarcante.


Hay diez Esferas y veintidós canales, más una Esfera complementaria, indicada en la figura con puntos suspensivos, que no es propiamente una Esfera más. Explicaresmo más adelante su significado y su función. Juntos, Esferas y Canales, constituyen los treinta y dos senderos secretos de Sabiduría (porque todos son objeto de meditación y caminos a recorrer). Las Esferas son los diez números primordiales, los diez arquetipos de la Mente Divina. Y por los canales se vierte la Luz del Infinito a través de estos diez arquetipos. Representan los veintidós tipos de energía metafísica, simbolizados por las veintidós letras fundamento del alfabeto hebreo. Se entiende que éstas son las letras del Lenguaje Divino, la expresión pura de su Pensamiento, articulado en vibración y palabra.


Al mismo tiempo, el Árbol de la Vida no es sólo una efusión creativa, sino que también es un camino de reorno, Puesto que, en el trabajo práctico, considerando el Árbol de la Vida como un mapa evolutivo, la conciencia realmente se “mueve” de una a otra Esfera en su regreso a la Fuente. Se suele dar el nombre de Senderos en sentido estricto a los veintidós canales, y hablaremos entonces de las diez Esferas -los diferentes estadios fundamentales o niveles alcanzados por la conciencia - y los veintidós Senderos o vías de acceso a los mismos.

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Extraído http://www.proyectopv.org/3-verdad/cabalaarbolvida.htm





CONTEMPLAR TUS SUEÑOS LOS HACE REALIDAD - Dr. Wayne W. Dyer







Una de mis grandes alegrías es descubrir – y redescubrir – el trabajo de los maestros de sabiduría del pasado. Recientemente he sido inspirado para regresar y leer de nuevo el trabajo de Thomas Troward, quien vivió en la India y en Gran Bretaña de 1847 a 1916. Troward escribió respecto a un concepto que de alguna forma ha sido parte de mi conocimiento intuitivo desde la niñez – la idea de manifestar nuestros sueños a través del don de la imaginación. Contémplense rodeados de las circunstancias que buscan y ellas aparecerán.

Thomas Troward fue un hombre de letras brillante en el campo de la religión comparativa que publicó sus Conferencias de Edimburgo sobre la Ciencia Mental en 1904. Su trabajo cambió para siempre la forma en que miramos el proceso de creación y manifestación. Troward hace la conexión entre el trabajo de lo Divino en la creación del universo y nuestros esfuerzos para imaginar que se manifieste la vida y las circunstancias que queremos crear.

Troward nos pide que demos los pasos del proceso creativo con claridad mental ya que ellos se refieren a la contemplación de nuestras circunstancias deseadas. Aquí tenemos un resumen de los cuatro pasos que él describe:

El espíritu es creado por la auto contemplación. El proceso de ir desde el no ser al ser implica una Fuente invisible, a la que llamamos ‘Espíritu’, que se decide a expandirse hacia el mundo de la forma. Este es Dios expresándose a Sí Mismo en todas las cosas materiales. Por tanto, viniendo de su naturaleza de origen, todos y todo es un resultado del Espíritu que se contempla a sí mismo y expresa su vida, amor, luz, poder, paz, belleza y alegría inherentes como una parte del mundo material.

Así que aquello en lo que este se contempla a sí mismo, en eso se convierte. La contemplación por parte del Espíritu resulta en la manifestación de lo que se está contemplando. Troward explica en gran detalle en su libro en que consiste el ideal Divino y cómo el propio cosmos tenía que existir como un resultado de cómo el Espíritu que lo originó (Tao o Dios) se dedicó a la auto contemplación con el objetivo de expresar la vida.

Ustedes son espíritu individualizado: Aquí es donde se les insta a reconocer su propia Divinidad. Ustedes también fueron materializados desde el no ser (Espíritu) al ser (forma) por la auto contemplación del propio Espíritu. Y el Espíritu propiamente es unicidad, indivisible. Como ustedes son una pieza de Dios, por así decirlo, Troward ofrece la siguiente conclusión:

“Por tanto aquello que ustedes contemplan como la ley de su ser se convierte en la ley de su ser”. Y el continúa diciendo que deben utilizar su poder creativo de pensamiento para mantener su unidad con el Espíritu en lugar de crear un sentido separado del yo que está apartado del Espíritu y sufre de pobreza y limitación. Esto es, siempre y cuando sean capaces de mantenerse en armonía con cómo el Espíritu se contempla a sí mismo, tienen precisamente los mismos poderes de manifestación. Después de todo, en el sentido más verdadero de la palabra, ustedes son lo mismo que el Espíritu del cual se originaron.

Sus pensamientos inician el proceso de materialización. Si ustedes contemplan con pensamientos que están en sintonía con el Espíritu de origen, tienen el mismo poder que el Espíritu de origen. Cuando la contemplación es una equivalencia vibratoria con el Espíritu de origen, ustedes asumen la cooperación de la mente Divina, atrayendo y cumplimentando los deseos de ustedes. La contemplación es por tanto un tipo de acción en sí misma, que pone en movimiento todas las fuerzas creativas del universo. Contemplen como lo hace Dios, con pensamiento de ¿Cómo puedo servir? En lugar de ¿Qué beneficio obtengo de eso?

Amo citar la famosa observación de Troward: “La ley de flotación no se descubrió al contemplar cómo las cosas se hundían…..” En otras palabras, cuando ustedes ven lo que contemplan como si ya estuviese aquí, el universo les ofrecerá las experiencias que se avienen con lo que ustedes están contemplando.

Sugerencias para Implementar una Nueva Forma de Contemplar

Thomas Troward nos insta a captar la idea de que la contemplación del Espíritu como poder es la manera en la que el individuo genera ese mismo poder dentro de sí mismo. “Todos lo tenemos dentro de nosotros”, dice él, y “depende de nosotros convertirlo en expresión”. Díganse a sí mismos: El poder creativo e inteligente se manifiesta perfectamente al igual que el universo. Yo soy un resultado de este poder. Yo me siento conectado con él y yo sé que este cooperará conmigo para crear la vida que deseo. Vean su mente como una fuerza poderosa que está en armonía con el mismo poder que está detrás de toda la creación.

Comiencen la práctica viendo la contemplación como acción, en lugar de como un vagabundeo pasivo mental. Atesoren su mente como un enorme regalo de su Creador, un regalo tan maravilloso que tiene la mente del Creador dentro de este también. Vean sus momentos contemplativos de la misma forma que ven su tiempo de práctica para mejorar sus habilidades en cualquier empeño. Una hora al día tirando una bola es una acción que conduce a un mayor promedio en el juego de bolos; unos cuantos momentos varias veces al día meditando respecto a lo que intentan manifestar en algún área de su vida tendrá precisamente el mismo efecto en su promedio de manifestación. La contemplación es acción. Es necesario entrenar la mente para la implementación de cualquier cosa que deseen.

Repitan el siguiente mantra durante un mínimo de cinco minutos consecutivos cada día: Yo me contemplo rodeado de las condiciones que quiero atraer a mi vida. Díganlo rápida y repetidamente. La repetición les ayudará a comenzar a imaginar las personas o circunstancias adecuadas, el financiamiento necesario, o sea lo que sea que deseen. Manténganse desapegados y permitan que el universo se encargue de los detalles.


YO SOY LUZ,


Wayne W. Dyer


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Extraído http://www.manantialcaduceo.com.ar/wayne_dyer/dyer.html