Una mente humana es una parte del todo, llamado por nosotros «universo», una parte limitada en el tiempo y en el espacio.
Se experimenta a sí misma, a sus pensamientos y sentimientos, como algo separado del resto, pero es una
especie de ilusión óptica de la conciencia.
ALBERT EINSTEIN
La Supraconciencia, conciencia no local o espíritu es un tema fascinante que ha capturado la atención de muchos investigadores y curiosos. En este libro exploramos la idea de que la conciencia no es simplemente el resultado de la actividad neuronal en el cerebro, sino que reside en un nivel más profundo y fundamental de la realidad.
Lo más importante, vamos a buscar fundamentos científicos que apoyen la certeza de que la Supraconciencia existe, y aquí las referencias a la mecánica cuántica son fundamentales.
Si algo queremos conseguir con este libro es despertar conciencias y hacer más feliz la vida de cada una de las personas que lo lean. Tenemos claro que, en la mayoría de las ocasiones, nuestros lectores no serán científicos expertos en la teoría cuántica, que se ocupa de fenómenos relacionados con las partículas más pequeñas conocidas, las partículas subatómicas. Por tanto, recurrimos a un lenguaje lo más cercano posible y, en general, tras cada explicación técnica añadimos una metáfora que ayuda a comprenderla.
La idea de que la conciencia es algo más que la actividad neuronal en el cerebro no es nueva. Desde la Antigüedad, filósofos y pensadores han debatido sobre la naturaleza de la conciencia y su relación con el mundo que nos rodea. Sin embargo, en las últimas décadas, la investigación científica ha comenzado a arrojar luz sobre este tema y ha surgido una nueva comprensión de la conciencia que va más allá de la interpretación convencional.
La relación entre la conciencia y la física cuántica es un tema de investigación en curso que genera intensos debates. Algunos científicos, como el físico matemático Roger Penrose y el anestesiólogo y psicólogo Stuart Hameroff, por ejemplo, han propuesto que la conciencia se genera por procesos cuánticos. Según ellos, el sistema neuronal del cerebro forma una intrincada red y la conciencia que produce debería obedecer a las reglas de la mecánica cuántica, la rama de la física que determina cómo se mueven partículas diminutas como los electrones. Esta teoría sugiere, en definitiva, que la conciencia podría ser el resultado de procesos cuánticos que ocurren dentro de las células cerebrales.
Además, proponen que los microtúbulos —el microesqueleto de las neuronas, las células eucariotas (es decir, las que tienen una membrana que separa el núcleo, con su carga genética en el ADN del citoplasma) que forman el sistema nervioso— están estructurados en un patrón fractal que permitiría que se produjeran procesos cuánticos. Los fractales son estructuras que no son ni bidimensionales ni tridimensionales, sino que tienen algún valor fraccionario intermedio.
Sin embargo, esta conjetura ha sido muy controvertida. A pesar de esto, diversos investigadores están realizando experimentos para poner a prueba algunos de los principios que sustentan la teoría cuántica de la conciencia. Si bien aún no hay una respuesta definitiva, estos estudios podrían acercarnos un paso más a comprender la compleja relación entre la conciencia y la mecánica cuántica.
Como un gran océano
Imagina que la conciencia es como un gran océano. Las olas en su superficie representan la actividad neuronal en nuestro cerebro. Cada ola es única y efímera, al igual que cada pensamiento o sensación que experimentamos. Sin embargo, aunque las olas son lo que vemos y experimentamos, no son todo lo que hay en ese inmenso mar.
En las profundidades de ese océano existen corrientes y movimientos que no podemos ver, pero que son fundamentales para la formación de las olas en la superficie. Estas corrientes representan los procesos cuánticos, como los propuestos por Penrose y Hameroff, que podrían estar sucediendo dentro de nuestras células cerebrales.
Además, al igual que los patrones fractales encontrados en los microtúbulos dentro de nuestras neuronas, el océano también exhibe patrones fractales. Por ejemplo, las corrientes marinas pueden fluir en patrones que no son completamente bidimensionales ni tridimensionales, sino algo intermedio.
Sin embargo, al igual que el misterioso mundo bajo la superficie del océano nos sigue deparando nuevos descubrimientos, todavía no tenemos todas las respuestas sobre la relación entre la conciencia y la mecánica cuántica. Si bien cada nueva ola de investigación nos lleva un paso más cerca de comprender el infinito océano de la conciencia.
Conocemos casos de pacientes que tienen conciencia a pesar de que su actividad neuronal es mínima o nula. Este hecho desafía la comprensión convencional de la relación entre la actividad neuronal y la conciencia, y sugiere que hay algo más en juego.
Existe una conciencia local originada por la actividad bioquímica de las neuronas. Una prueba de ello es que, al inhibir la actividad de estas células, se suspende la llamada «conciencia neuronal». Es lo que ocurre durante el sueño, por ejemplo, o al administrar un anestésico general por vía endovenosa o inhalatoria, cuando la sustancia detiene de manera reversible la actividad neuronal y produce la pérdida de conciencia, para permitir así una actuación diagnóstica o terapéutica agresiva.
La conciencia nos proporciona conocimiento de nuestra existencia, de nuestras reflexiones y de nuestros actos. En cada momento permite saber quién soy, qué pienso, qué hago y en qué entorno me muevo. Como consecuencia, se acompaña de autoconciencia o reflexión sobre uno mismo, que puede compararse con ver en un espejo si nuestras decisiones y actos son o no éticos. La conciencia se origina en el cerebro, pero también en el entorno social, como conciencia colectiva.
Una propiedad fundamental
La conciencia es un estado cuántico coherente donde todas las partes actúan al unísono. En los estados elevados de conciencia se establece un puente trascendente entre lo material y lo espiritual, un puente que genera una gran sensación de expansión, de liberación, que conduce a la paz, la armonía y una profunda unión con la naturaleza y con la energía cuántica universal, la energía primera. En estos estados, se controla el ego y desaparece el egoísmo.
La Supraconciencia es la idea de que la conciencia no es simplemente el resultado de la actividad neuronal en el cerebro, sino que existe en un nivel más profundo y fundamental de la realidad. Según esta idea, la conciencia es una propiedad fundamental del universo, presente en todas las cosas vivas y no vivas.
Como fuente de la conciencia individual, la Supraconciencia nos conecta con el mundo que nos rodea. Aunque pueda parecer un concepto difícil de definir, ya que va más allá de nuestra comprensión convencional de la realidad, pensemos en la Supraconciencia como una especie de campo de energía que permea todo el universo. Esta energía es la fuente de la conciencia individual y es lo que nos permite experimentar todo lo que hay en nosotros y, sobre todo, a nuestro alrededor.
A lo largo de este libro, exploramos la idea de que la Supraconciencia existe no solo en la vida, sino también después de la muerte y antes del nacimiento. Esta concepción sugiere que la conciencia es eterna, algo que trasciende la vida individual y está presente en todo el universo. El mensaje es muy claro y, sin duda, no puede ser más alentador: la muerte no es el final de la conciencia, sino simplemente un cambio en su forma de manifestarse.
Más allá de la conciencia y de la muerte
La intuición de que la conciencia sobrevive a la muerte ha sido explorada por muchas culturas y religiones a lo largo de la historia. En algunas de ellas se cree que esta se reencarna en una nueva forma de vida después de la muerte, mientras que en otras se considera que la conciencia individual se une a una conciencia universal o divina.
La Supraconciencia también nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la realidad. Según esta concepción, lo real y efectivo no es simplemente lo que percibimos a través de nuestros sentidos, sino que hay mucho más. Existe una realidad más profunda y fundamental que subyace a todo lo que percibimos, y esta realidad es la fuente real de la conciencia. Así, la Supraconciencia también nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de nuestra mente y de nuestro propio cuerpo.
La mente y el cuerpo no son entidades separadas, sino que están interconectadas y forman parte de un todo mucho más grande. La Supraconciencia sugiere que la mente y el cuerpo son parte de un sistema más amplio que incluye todo el universo y que la conciencia es la fuerza que los une. En definitiva, todos y cada uno de nosotros somos naturaleza, somos polvo de estrellas, somos energía cuántica universal.
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